miércoles, 28 de abril de 2010

36 horas enterrado bajo la nieve del Everest

Más de 40 cadáveres siembran los últimos 800 metros de la cara norte del Everest. Azotados por una ventisca perpetua que los mantiene siempre visibles al sempiterno escalador. Beck Weathers, un adiestrado alpinista norteamericano, compartió postura y convivió con todos ellos mientras esperaba en coma su muerte durante la primavera de 1996. Con sólo la cara y una mano al descubierto permaneció hundido e inconsciente bajo la nieve más de 30 horas antes de que su cerebro inexplicablemente decidiera salvarle.


Beck Weathers perteneció a la infausta expedición protagonista del “Desastre del 96“. El año más mortífero de la historia en el Everest, con 15 fallecidos; 9 de ellos tras una repentina y extraña ventisca a escasos metros de la cumbre.

“Al principio creí que se trataba de un sueño, cuando volví en mí, pensé que estaba en la cama. No sentía frío ni nada. Me puse de lado, abrí los ojos y vi la mano derecha delante de mi cara. Entonces reparé en lo congelada que estaba y eso me ayudó a reaccionar. Al final, desperté lo suficiente como para darme cuenta de que estaba hecho una mierda y de que la caballería no vendría a salvarme, de modo que tenía que espabilarme por mí mismo” Beck Weathers

La historia de su segundo nacimiento está llena de hechos tan increíbles como inexplicables. Un equipo de especialistas de la National Geographic comandados por el Doctor Ken Kamler acompañaron a la aciaga expedición de Beck para investigar sobre el movimiento de las placas tectónicas y dar fe científica de todo lo acontecido. El mismo equipo que dio por muerto -hasta tres veces- al pobre Beck.

Beck Weathers, de 49 años, tenía 10 años de experiencia en alta montaña cuando se embarcó en el difícil ascenso del Everest. No sin antes pasar varios meses de durísimo entrenamiento coronando seis de las siete cumbres más altas del planeta. Estaba preparado. Un año antes, incluso, se había operado los ojos para corregir su miopía y encarar con mejor visión el desafío, en lo que sería la decisión desencadenante de su desgracia.

10 de Mayo. Cuando todos los escaladores llegaron al borde sudoeste, pasado el campamento IV y a escasos 450 metros de la cumbre; una descomunal tormenta no prevista les sorprende en la última cuerda montañosa. Y digo cuerda montañosa porque en esa arista, un puente de 300 metros que conduce a la cima, nadie va atado; no hay cuerdas entre los alpinistas porque hacia cualquier lado la pendiente es tan vertical que si te atas a alguien, le arrastras contigo en caso de caída. A la izquierda 2.500 metros antes de aterrizar en Nepal; a la derecha 3.600 metros antes de dar con tus huesos en el Tibet.

Primeros auxilios de Beck a la llegada al campo III. Fuente

En esa tesitura, a una temperatura de -50 grados centígrados, con vientos de 90 kilómetros por hora y en el apogeo del derroche láctico; los alpinistas empezaron a colapsar con el último martillazo de la naturaleza; entregándose al destino e hincando las rodillas a escasos metros de su objetivo. En ese momento había 20 escaladores y un parte de tiempo equivocado en los últimos 600 metros de ascensión. El drama acababa de comenzar.

Rob Hall daba el parte por radio al campamento III de la cabecera de la expedición a escasos metros de la cima. Su compañero Doug Hansen estaba exhausto y no podía ni continuar ni bajar. Se quedaría con él a esperar los refuerzos. También informó que Beck Weathers, nuestro protagonista, había colapsado durante la tormenta y yacía muerto en la nieve una decena de metros más abajo. Desde el campamento conminaron a Rob a que abandonase a Doug para poder salvar su vida. Rob contestó:

“Imposible. Ambos estamos escuchando…”

Rob firmo con serena lealtad su sentencia de muerte no sin antes pedir al campo III que le pusieran en contacto -via satélite- con su mujer, embarazada de siete meses, en Nueva Zelanda; de la que se despidió en la más absoluta soledad después de decidir el nombre de su futuro hijo.

Desde el campo III salió un equipo de rescate hacia la arista. Todd Burleson y Peter Athans, ayudantes del médico de la expedicion, arriesgaron sus vidas en la imposible tormenta para salvar otras, quizás las menos. Al llegar al caos conminaron a los más fuertes a bajar hasta el Campo III, a 7.310 metros y estabilizaron a los colapsados en espera de imposibles. No encontraron a Beck Weathers.

Los compañeros le buscaron durante todo el día para certificar la muerte antes anunciada, pero la ventisca hacía imposible ver mas allá de un par de metros. Además el propio Beck, como contaría más tarde, se había desviado unos metros de la cuerda a causa de la ceguera que le estaba provocando la congelación de sus globos oculares. Las cicatrices de su antigua operación habían reventado por el frío y su visión antes de desvanecerse era prácticamente nula. Beck decidió antes de ‘doblar la rodilla’ resguardarse del fuerte viento en un recoveco de nieve para esperar la bajada de sus compañeros. Se barruntaba el fin.


Aspecto que presentaba el rostro de Beck unas horas y unas semanas después. Fuente, 2

El día 11 de mayo. 24 horas después de su desmayo. El equipo encontró el cuerpo de Beck Weathers, al lado del cadáver de la japonesa Yasuko Namba y cubierto completamente de hielo excepto media cara y la mano derecha que se erguía como un palo, congelada con los dedos abiertos y por encima de la nieve, como saludando. Comprobaron con dificultad que aún respiraba débilmente desde el coma y decidieron, ante la imposibilidad de efectuar un traslado imposible, certificar su segunda ‘muerte’. Al fin y al cabo nadie había despertado nunca en la montaña de un coma hipotérmico.

Lo que ocurrió a partir de ese momento es un completo misterio para la ciencia. El Doctor Ken Kamler construyó y explicó su particular teoría para luego pasearla en infinidad de conferencias y TED talks de turno. Beck permaneció 30 horas en un estado catatónico. El oía a sus compañeros pasar y decir “está muerto” pero no podía ni moverse ni parpadear cuando marchaban. El cerebro del alpinista había revertido una hipotermia irreversible. ¿Cómo lo hizo? Según las especulaciones del doctor Ken el lóbulo temporal, en lo más profundo del cerebro y encargado de guardar los recuerdos; fue el último en abordar la hipotermia. Becks consiguió despertar porque los fuertes recuerdos de su familia mantuvieron la glucosa y la energía en la parte del cerebro donde también radica la voluntad: Las circunvoluciones del cuerpo calloso.

36 horas después del inicio de la gran ventisca Beck apareció tambaleándose como una momia en la tienda médica del campo III:

Hola Ken… ¿Dónde me puedo sentar? [...] ¿Aceptas mi seguro de salud?

El primer chequeo fue desolador. Tras su aparente lucidez se escondía un cuerpo congelado y rígido. La mano derecha era una piedra y en la cara asomaba ya la necrosis negra del tejido muerto. Los primeros tratamientos iban encaminados a paliar el dolor que despierta el calor del cobijo. Beck fue reservado en una de las carpas mientras atendían al resto de pacientes no desahuciados.

Durante esa noche, la ventisca destrozó la tienda donde estaba en solitario el alpinista y parte del nylon cayó sobre su cabeza, asfixiándole mientras le dejaba a la intemperie. Inmóvil pasó la noche entre gritos estériles y estertores de frío infinito. Cuando el equipo despertó y vieron el panorama pensaron en el desenlace fatal pero Becks… había vuelto a conseguirlo por tercera vez.

Con una camilla de sogas sus compañeros consiguieron evacuarlo al campo base, a 6.500 metros. Un helicóptero lo trasladaría, desde allí a un hospital en lo que se considera el rescate a mayor altura que ha hecho nunca una aeronave de esas características. Beck Weathers pasó hasta 10 veces por el quirófano durante su larguísima convalecencia. Le amputaron el brazo derecho a la altura del codo y los dedos de la mano izquierda y de los pies. También le reconstruyeron la nariz con trozos de piel de las piernas. Nunca más volvió a la montaña.

Fuente: http://kurioso.es/2010/04/09/36-horas-enterrado-bajo-la-nieve-del-everest/

jueves, 15 de abril de 2010

El mayor festín de los tiburones

El USS Indianápolis era un crucero (CA- 35) de 9,800 toneladas de desplazamiento, construido en Camden, Nueva Jersey, y botado en comisión en Noviembre de 1932. El Indianápolis patrullaba los océanos Atlántico y Pacífico en tiempos de paz. El heroico Indianápolis navegó y dominó el Pacífico Sur y hasta pasó un tiempo en Alaska.

El ataque Japonés a Pearl Harbor el 7 de Diciembre de 1941 dio inicio a la Guerra del Pacífico Sur. A partir de ese momento, el USS Indianápolis participó en frecuentes batallas navales con gran efectividad. A pesar de los repetidos ataques de los kamikazi y de haber sido averiada en dos ocasiones, siempre logró volver a puerto para reparaciones. Este crucero se movía a gran velocidad y poseía alto poder de fuego, por lo que fue elegido para cumplir una operación súper-secreta, que cambiaría el curso de historia.

El 16 de julio de 1945, el USS Indianápolis zarpó el puerto de San Francisco con una carga especial: varios contenedores de madera forrados de plomo en su interior cargaban el resultado del Proyecto Manhattan, que no era otra cosa que Uranio-235, la bomba atómica. La misión era tan secreta que --si bien todos a bordo sabían que era bien importante -- ni el mismo capitán conocía el verdadero contenido de la carga. La misión fue preparada con gran apoyo técnico y supervisada por altos jefes militares.



El Indianápolis rompió el record de velocidad, al hacer 5,000 millas en diez y un solo atraque para combustible en el puerto de Pearl Harbor y llegó a su destino, Tinian en las Islas Marianas, el 26 de julio, a setecientas millas de las costas de Japón, fue el aeropuerto escogido para el despegue los bombarderos que lanzaron las bombas atómicas, que darían fin a la guerra.

El átaque de los tiburones.
Después de unos días en Tinian, el USS Indianápolis zarpó el domingo 29 de Julio de 1945 para reunirse con el USS Idaho y comenzar prácticas de puntería al día siguiente. Debido al carácter secreto de la misión recién llevada a cabo, no había conocimiento de que el Indianápolis estuviese ya en el área. El USS Idaho no fue informado, y este error volvería a atormentarlos después.

A las 00:14 horas, durante el cambio de turno y con toda la tripulación despierta, el Indianápolis recibió el ataque de dos torpedos lanzados por un submarino I-58 japonés. En sólo segundos, la nave resultó averiada gravemente. El primer torpedo impactó en proa y la desapareció, el segundo hizo impacto a estribor, inutilizando el sistema eléctrico de la nave con la explosión, eliminando cualquier posibilidad de enviar un SOS. El Indianápolis se hundió en quince minutos. De los 1,197 hombres a bordo, aproximadamente 880 a 900 hombres sobrevivieron las dos mortales explosiones. Muchos hombres fueron resultaron quemados y heridos de gravedad, pero el 95 % tenían sus chalecos salvavidas Kapock puestos cuando fueron lanzados a las quietas aguas del Pacífico. Había luna llena. Los sobrevivientes empapados en agua y gasolina, comenzaron a agruparse para auxiliarse unos a otros. A causa de la velocidad con la que se hundiera la nave, sólo estaban disponibles unas pocas balsas salvavidas.

Al principio, los hombres no estaban tan preocupados, debido a que esperaban ver aparecer al Idaho USS. Sin embargo, el mando central de la marina estadounidense no tenía conocimiento del paradero del Indianápolis. Al amanecer, comenzaron a acercarse los tiburones. Los marineros comenzaron a sentir pánico al ver estos monstruosos tiburones tigre que les acechaban y empujaban con sus morros. Cuando los gigantes de 30 pies de largo olfatearon la sangre de los heridos, comenzaron a atacarles, despedazándoles. El olor de la sangre atrajo más tiburones. Según relatos de los testigos, entre doscientos y trescientos tiburones masacraron durante horas a los desvalidos náufragos. Los aterrorizados sobrevivientes se tomaron de las manos y formaron círculos grandes para tratar de defenderse, pero los tiburones continuaron atacando el exterior de los círculos, desmembrándolos uno a uno. Flotaban pedazos de brazos y pernas por doquier. Hubo muchos que no soportaron más y, desprendiéndose de sus chalecos salvavidas, preferían ahogarse a morir descuartizados. La masacre se extendió días. Los tiburones se retiraban por tres o cuatro horas, para regresar aún más feroces y emprenderla con los sobrevivientes. Muchos murieron durante los tres primeros días, de hambre y deshidratación, el resto estaba siendo cazado implacablemente y sufrir una lenta y horrible muerte. Casi 400 hombres fueron devorados por estas despiadadas bestias marinas. La experiencia de ver cómo un hombre es devorado vivo sin poder hacer nada para evitarlo tiene que ser horrible y brutal para cualquier persona. Sólo trescientos diecisiete hombres sobrevivieron la horrible masacre, que se había durado cinco días.


El rescate de los 317 sobrevivientes resultó ser casi increíble. El teniente Chuck Gwinn, piloto de un bombardero naval Ventura PV-1 fue quien divisó -de pura casualidad-- a los sobrevivientes, mientras realizaba una patrulla anti-submarinos. Gwinn se encontraba reparando un problema con su antena cuando descubrió una mancha de petróleo en el océano. Para él, una mancha así era indicación de que un submarino se estsba sumergiendo. El teniente pensó que sería un submarino enemigo y se dispuso a lanzar cargas de explosivos de profundidad desde la popa de su avión, así que dio vuelta a la aeronave y se dirigió hacia la mancha. Cuando estaba a punto de lanzar las cargas, miró por su ventanilla y distinguió un grupo de hombres flotando en el agua, que agitaban sus brazos y trataban de atraer la atención del piloto. Gwinn se elevó y contactó a la base por radio de las coordenadas exactas de los náufragos. El mando central no podía dar crédito a su informe, y tardaron dos horas en reconocer la urgencia del caso. La aeronave se estaba quedando sin combustible pero Gwinn continuaba insistiendo. Finalmente, tuvo que regresar a la base, pero el mando central había decidido despachar hacia la zona del naufragio, un avión de reconocimiento, el hidroavión PB-Y Catalina, pilotado por el teniente Marks. Mientras volaba hacia el área del desastre, el teniente Marks divisó al crucero US Cecil Doyle, y le informó por radio de la localización de los sobrevivientes. El piloto llegó a lazona y comenzó a arrojar balsas salvavidas y provisiones a los náufragos. Le comunicó al mando central de la confirmación del informe de Gwinn, y fue ordenado regresar a la base ya que los hombres serían rescatados por el Cecil Doyle. Cuando se disponía a alejarse, su tripulación descubrió la mancha de tiburones que atacaban a los sobrevivientes, arrancando pedazos de sus cuerpos. Ignorando las órdenes recibidas, decidió acuatizar en medio del océano. Logró colocar el hidroavión junto a los náufragos y perdió unos remaches en el intento, pero sin otro percance comenzó a cargar a los extenuados y aterrorizados hombres en su avión, sobra las alas y sobre el fuselaje. Cincuenta y seis hombres estaban a salvo de los ataques de los fieros dientes de los tiburones sobre el fuselaje y las alas del hidroavión, que sirvió esa noche de refugio contra una terrible muerte. Al amanecer siguiente les alcano el USS Cecil Doyle, y los trescientos diecisiete sobrevivientes fueron rescatados, junto con el ahora inútil hidroavión. Hasta el último instante, los tiburones siguieron atacaron a los hombres y les arrancaban pedazos a dentelladas, hasta que lograban sacarles totalmente del agua, tal y como lo contó Quint, en el filme Tiburón Sangriento. Es en verdad una historia terrible, pero verdadera e inolvidable.

http://cubanology.com/Sabina/The_Fate_of_the_USS_Indianapolis_Spanish_Version.htm